Mi aventura por el mejor oficio del mundo
…mi vocación y mi aptitud son de narrador nato. Como los cuenteros de los pueblos, que no pueden vivir sin contar algo.
Gabriel García Márquez
Desde octubre de 1992, cuando el azar me llevo al Diario LA TARDE, de Pereira, donde ejercí por primera vez un cargo como periodista, he transcurrido por casi tres décadas haciendo lo que más me gusta en la vida: perseguir historias, moldearlas, desmenuzarlas con rigor, contarlas con precisión y convertirlas en noticias.
Llevaba pocos meses de graduado de la Facultad de Periodismo de INPAHU cuando me inicie en el oficio. El mismo que el nobel de literatura argelino, Albert Camus, describió como el más hermoso del mundo. En todo este tiempo me he sentido afortunado y bendecido. He tenido la fortuna, y el honor, de haber hecho parte de las salas de redacción más prestigiosas de Colombia como reportero, editor y productor periodístico. Lugares sagrados del oficio donde he contado con la guía de los mejores maestros.
Pero los días más felices de mi oficio han sido como reportero de sucesos. Yo no elegí. Lo hizo mi primer jefe de redacción, en LA TARDE, Julio Bayona. Él escogió por mí. A pesar de ser un imberbe en el oficio, Bayona me encarriló en esa senda al pedirme que reemplazara al experimentado reportero judicial del diario, quien se jubilaba. Algo vio en mí, dijo mucho después, cuando ya todo estaba consumado.
Desde mis tiempos de estudiante soñaba con escribir un gran reportaje y las noticias de baranda se prestaban para contar historias que permitieran contar la vida como es. Anhelaba dibujar la condición humana, describir lugares grandiosos por su horror o su belleza, reconstruir hechos únicos e irrepetibles. Ser testigo de la historia, hablar con sus protagonistas y capturar sus vidas reales, cotidianas, sus sueños, frustraciones y contradicciones, Contar hechos verídicos hasta la última coma. Así que acepté.
Y, así, terminé especializándome en el manejo de la información jurídica y legal.
En LA TARDE de Pereira publiqué mi primera historia grande, aun siendo un aprendiz en el oficio. Era una noticia sobre un crimen. Una masacre. Armado de una grabadora, una libreta, lápices y acompañado del mejor reportero gráfico del periódico seguí la pista de los hechos hasta un paraje en la Laguna del Otún, en pleno Parque de los Nevados.
Volví ese paraíso meses después. Esta vez al nevado del Ruiz. Allí fui testigo de la heroica labor de los bomberos de tres ciudades y de granjeros locales sofocando casi que con sus manos desnudas uno de los más voraces incendios forestales que haya visto Colombia en su historia, y pude contarlo a los lectores de LA PATRIA.
Más adelante, con el diario EL PAÍS de Cali, estuve presente en cada detalle, en cada hecho, en cada movimiento que llevó a la captura de los hermanos Miguel y Gilberto Rodríguez Orejuela, los máximos capos del cartel de Cali. En ese periódico tuve la inmensa fortuna de contar con un gran maestro, Luis Cañón, quien tuvo las riendas de ese diario como editor general y con el total apoyo del exministro y excanciller Rodrigo Lloreda, director del periódico, lo mantuvo como el de mayor circulación del sur occidente colombiano.
Con la guía de Cañón conseguí desentrañar muchos de los secretos del oficio. Él me puso como tarea exclusiva el manejo de los operativos del bloque de búsqueda de Cali en su cacería a los grandes capos. Pero, también encontré su apoyo para describir con intensidad los dramáticos momentos del rescate de los restos de 159 pasajeros del vuelo 965 de American Airlines que se estrelló contra un cerro cerca de la ciudad de Buga en la navidad de 1995. Ese ha sido el mayor desastre aéreo de todos los tiempos en Colombia.
Las aventuras continuaron cuando, alertado por una llamada telefónica terminé con bandera blanca en mano entrando a Florida, el último municipio del Valle del Cauca al sur del departamento, registrando para EL PAÍS una toma guerrillera, de las muchas que ha tenido ese pueblo en su historia. La voz de una mujer sollozando, presa de los nervios me alertó de la batalla entre un puñado de policías y casi dos centenares de guerrilleros de las Farc en la plaza principal de ese pueblo, separado por pocos kilómetros de la capital del Valle.
Poco tiempo después me embarqué en otra aventura periodística. Durante tres meses, y llevando pocos días como papá -mi hijo había nacido semanas antes-, seguí de cerca los sucesos en el sur del país como enviado especial, cuando las Farc incendiaron a media Colombia durante las famosas marchas campesinas cocaleras. Estuve en varios municipios de Putumayo y Caquetá, donde la gente no tenía otra opción que salir a invadir carreteras y pueblos. Tras esa multitud de familias enteras estaban camuflados los fusiles de guerrilleros, los organizadores de la protesta.
Ya picado por las correrías como enviado especial, luché con fiereza en los consejos de redacción mi propuesta de seguir las huellas por todo el sur de Nariño de 18 soldados secuestrados por las Farc. Los militares cayeron cautivos luego del sangriento asalto a la base militar del cerro Patascoy, donde funcionaba una central de comunicaciones del Ejército.
Luego terminé confinado más de un mes en la jungla del sur del país cubriendo paso a paso las negociaciones de la guerrilla y el gobierno para entregar a los 60 soldados secuestrados de la base de Las Delicias, en Putumayo. Volví muchas veces a esos mismos parajes cubriendo los estériles diálogos de las Farc con el gobierno en el Cauguán.
Pero también, recorrí Medellín siguiendo las incidencias de la captura de los Mauss, una pareja de espías alemanes, activos en el servicio del secreto germano, quienes terminaron enredados en un oscuro caso de secuestro de una ciudadana de la misma nacionalidad perpetrado por el Eln.
Regreso a Bogotá
Volví a Bogotá después de siete años en Pereira, Manizales y Cali haciendo periodismo. Aterricé en CAMBIO con un perfil que fue portada, el del excanciller Rodrigo Lloreda Caicedo. Él era el director del EL PAÍS y mi jefe. Pero cambió la la sala de redacción caleña por el Ministerio de Defensa aceptando el ofrecimiento del presidente Andrés Pastrana. Y yo había sido llamado para ser parte del equipo de reporteros de la revista. Esa historia fue mi tiquete de entrada. En esa casa periodística, y de la mano del maestro Gabriel García Márquez y Patricia Lara, su directora, estuve persiguiendo el doloroso y sangriento rastro de Garavito, el violador en serie, cuando aún se desconocía su existencia. La historia la empecé a hilvanar, de casualidad, mirando los reportes de niños desaparecidos o sus restos sin identificar que reposaban en un anaquel de la Fiscalía en Cali sin percatarme de estar detrás de uno de los mayores depredadores sexuales de Colombia de todos los tiempos.
En CAMBIO tuve oportunidad de reconstruir con algunos jugadores y cronistas deportivos de Cali las clandestinas reuniones del capo Miguel Rodríguez con las estrellas del América de Cali y la estela de sangre y corrupción detrás del equipo de los diablos rojos en esa época aciaga de su historia. La saque de los retazos de mis correrías noticiosas detrás de la persecución de las autoridades a la mafia caleña de las drogas, cuyos tentáculos terminaron salpicando al fútbol colombiano en tiempos cuando la capital de Valle era el epicentro mundial de la lucha contra el narcotráfico. Esa historia valió mi segunda portada de la revista.
Luego, en EL ESPECTADOR, me estrellé con los muros ilegales que separaban del resto de la ciudad la urbanización donde vivía el alcalde de Bogotá, Enrique Peñalosa. La noticia, que obligó a unas disculpas públicas del mandatario de los bogotanos al periódico, apareció en la primera plana del diario un soleado lunes del año 2000, mientras él ordenaba tumbar cerramientos en el resto de la capital.
Siendo parte del equipo de redacción de COLPRENSA presencié la entrega de armas del temido paramilitar ‘el águila’ cerca de la ciudad cundinamarquesa de Guaduas. Lo mismo que las incidencias de la casa bomba de Neiva con la que pretendían atentar contra el presidente Álvaro Uribe, durante una visita del primer mandatario a esa ciudad.
Llego a EL TIEMPO
Pero fue en EL TIEMPO, cubriendo la parapolítica, los juicios contra congresistas acusados por vínculos con grupos armados ilegales, que entré en el intrigante mundo de los jueces, de los magistrados y de los altos tribunales del país. Casi con religiosidad, y llevado de la mano de los propios magistrados, asistí a innumerables audiencias y consulté montañas de expedientes, documentando desde su génesis decisiones de la Corte Suprema de Justicia, el Consejo de Estado y la Corte Constitucional.
Bajo la guía de Andrés Mompotes, subdirector de información de EL TIEMPO y de John Torres, el editor de la Sección Justicia, conseguí algunas primicias cubriendo tribunales. Gracias a mi salieron primero en las páginas del del diario bogotano, del que tuve el honor de hacer parte, noticias sobre decisiones que ordenaban la protección social y reconocimiento a la población homosexual, la despenalización del aborto, las mega pensiones, las tutelas contra el sistema de salud y el matrimonio entre personas del mismo sexo, entre otras trascendentales sentencias de la Corte Constitucional.
Debido a la competencia y experiencia adquirida en 15 años de cubrimiento en temas jurídicos y legales fui llamado a integrar un grupo de trabajo de EL TIEMPO en una investigación sobre pensiones. A mí me asignaron la misión de desentrañar el asalto que hicieron abogados y jueces corruptos para desfalcar al Estado con jubilaciones fraudulentas. Ese especial mereció el premio de periodismo que otorga la Federación de Aseguradoras de Colombia (Fasecolda) en el 2012. La entidad gremial hizo un reconocimiento a la calidad informativa sobre el tema.
Pero, también, tuve la fortuna de hacer televisión después de 23 años de estar sumergido en miles de barriles de tinta y kilométricos rollos de papel como reportero en seis periódicos y revistas, las mejores de Colombia. Volví al mismo fortín judicial, el Palacio de Justicia. Esta vez armado de micrófono y cámara y bajo la tutela del más grande periodista televisivo del país: Yamid Amat, en CM& la Noticia.
Regresé a EL TIEMPO como editor nocturno con la responsabilidad del coordinar el manejo de la información de última hora y de su actualización antes del cierre de la edición diaria. En ese cargo, luche con la adrenalina al máximo, por llegar a las casas los suscriptores y a los kioscos de periódicos a primera hora de la mañana con el diario impreso, contándole con lujo de detalles el desastre del vuelo del Chepecoense, el equipo brasileño que iba a disputar una Copa Libertadores, la muerte de Fidel Castro y la del científico inglés Stephen Hawking.
Luego siguieron nuevos campos para explorar en las revistas SEMANA y CREDENCIAL, y como productor en Citytv.
Citytv ha sido el último medio de comunicación para el que he trabajado. Allí fui jefe de corresponsales y productor periodístico. Bajo la dirección de la periodista Claudia Palacios, quien ejerció como directora de noticias de ese canal, tuve a mi cargo la realización en lo periodístico de ‘Mejor Hablemos’, un programa de análisis y entrevistas emitido por ese medio de la Casa Editorial de EL TIEMPO.
Esa aventura periodística la he alternado con cargos en oficinas de comunicación y prensa en la Procuraduría General de la Nación, la Defensoría del Pueblo, donde participé en el montaje de una agencia de noticias, y en el Ministerio de Justicia, donde dediqué mis esfuerzos a actualizar los manuales de comunicación y de manejo de medios de la entidad. Lo mismo que asesor del despacho de la ministra Gloria María Borrero.
En la actualidad hago parte del equipo de redacción de la Oficina de Prensa de la Presidencia de la República de Colombia.
Pero, además, trabajo en mi gran reportaje con muchas de las historias que se quedaron sin hacer en durante mis andanzas periodísticas y siguen ahí, en los cientos de libretas de apuntes que he guardado.